-Aún puedes darnos mucho, Amadeus -dijo Teniam. Detrás de la escasas tiras de piel oscura y quebradiza de su rostro, los músculos intentaron crear una sonrisa-. Piensa en esto como un acuerdo, un contrato, un intercambio.
-¿Y qué es lo que he de suponer que podéis darme? ¿Un castillo en ruinas en lo alto de una montaña? ¿Una horda de cadáveres mutilados a mi servicio? ¿Acaso un mundo gris y frío en algún distante punto del universo?
-Tal vez, Amadeus, tal vez. Te daré mucho más si así lo creo conveniente.
-¿Creéis que tengo necesidades aún por cubrir? Supongo que no habéis llegado a la conclusión de que, de nosotros dos, el único que se encuentra en disposición de ofrecer algo que el otro necesite, soy yo.
-No creerás acaso que una victoria por parte de los Muertos no te influirá, ¿verdad?
-Justamente, Teniam -contestó Amadeus, inaugurando unos instantes de silencio, tan sólo roto por el ya lejano ruido del desplazamiento de la artillería.
-No sabes lo equivocado que estás -dijo finalmente Teniam, acercándose perceptiblemente a Amadeus.
-En verdad no necesito argumentos para confirmar que tengo razón. Tal vez os convenzan más los hechos. Llevad a cabo vuestra anhelada Guerra Final, fracasad en vuestro intento de eliminar la Vida, y contemplad por último cómo mi poder se extiende sin límites ni fronteras.
-No me cuentes falacias. No a mí, que te lo he dado todo, que fijé mi atención en ti. Si no fuera por mí, Amadeus, no habrías salido jamás de las ambiguas y confusas sombras en que habitabas.
-Ni vos ni vuestro ejército de cadáveres habría conseguido nada en tal caso y vos lo sabéis. Pero, igualmente, tarde o temprano habría reunido el suficiente poder como para generar la Fusión de Mundos por mí mismo, eso no lo pongáis en duda.
[…]